jueves, 17 de mayo de 2012

El centenario restaurante Andorra reabre sus puertas en Barcelona.


Su defunción, en el 2004, no solo sentó como un jarro de fría a sus incondicionales clientes, sino que mereció sentidas y sabrosas necrológicas en la prensa local. Se iba más de un siglo de historia, de la gastronomía de Ciutat Vella y de la memoria colectiva de generaciones. Para empezar, de la propia Roser Rovira Paniello, cuyo padre había cogido las riendas del negocio en 1952, cuando ella solo tenía 18. Y en los 70 años, y sin un relevo claro, el alma máter del local decidió colgar el delantal.

Lo que pasó después era casi predecible. Se convirtió en restaurante italiano, perdió su carta y hasta su encanto. «Se lo cargaron», se lamenta Manel, hijo pequeño de Roser y espíritu resucitador del Andorra desde hace muy pocos meses. El local asumió otra etapa gris y luego se cerró, condenado al olvido. Finalmente, cuando iba a convertirse en otro anodino bar más de barrio arrendado por una familia china, algo se movió en el interior de los vástagos de Roser.

En el 2004 tenían otros intereses y retos vitales. Pero de pronto, ahora todos los pasos parecían reconducir hacia esa gran placenta familiar del número 74 de Sant Pere més Alt, en cuyos pisos superiores residen la matriarca y otros parientes. Manel se asoció con sus amigas Sandra y Montse, fichó a su hermano Micky como chef (que ya alegraba los pucheros en la anterior etapa) y levantó de nuevo la persiana.

El reto no era fácil, había que mantener aquella esencia histórica que conectaba paladar y escenario con los buenos tiempos, e introducir algunas novedades, tanto alimenticias como ociosas.

Ha recuperado hasta el rótulo original.

Del esfuerzo da fe el rótulo original, que con el cierre se vino abajo y se partió alegóricamente. Ahora ha sido restaurado como si las décadas nunca hubieran pasado. Otro tanto le sucede a su ristra de mesas y sillas fijas, como un trenecito, de los años 70. O a sus estanterías del fondo cubiertas por botellas del brandy del catapún, testimonios de que el pasado puede seguir siendo presente.

En cambio, en la zona trasera donde se ubica el comedor más formal, el trío empresarial se ha atrevido a incorporar algún toque actual, como un área de mesas altas donde tomar una copa hasta entrada la madruga para dar continuidad a las cenas o bien como punto de encuentro. Montse pone empeño en amenizar esos momentos nocturnos «con proyecciones, algo de música suave y en vivo, una programación cultural»... e imprimir nuevas identidades, según la franja horaria, al resucitado.


La pregunta que inquietará a algún nostálgico... ¿Y qué hay de los sabores, de sus platos caseros que atraían a tantos comerciantes, vecinos de la zona, escritores, abogados, médicos y fiel parroquia? Algunos fueron a comer a diario durante 25 años. Otros hasta se llevaban guisos listos para tomar en casa. Cuenta Manel que «la cocina es igual que antes con pequeñas innovaciones», esencia catalana y mediterránea, carta con precios contenidos y un menú de mediodía a 12 euros. Aunque en el local se desayuna, come, cena y copea porque los tres socios se relevan para adaptarse al dictado del 2012.

Una fecha que no parece real a la vista de la tablilla de la que pende una hoja con el menú. Un papel que evoca a pretérito y donde el teléfono de la casa, al pie, se escribía con solo cinco números. Solo que entonces no había euros.

Articulo.
Patricia Castán (El Periódico de Catalunya)

1 comentario:

Neus. La meva Barcelona. dijo...

Pues ya estoy tardando! jajaja.
No conocí el antiguo pero creo que el "nuevo" me va a gustar!
Un beso!